El reparto de Sequía reúne a los rostros del mejor cine italiano de las últimas décadas como Silvio Orlando, Valerio Mastandrea o Tommaso Ragno, iconos como Monica Bellucci y jóvenes promesas como Emanuela Fanelli y Sara Serraiocco. Sin embargo, la nueva película de Paolo Virzì, presentada este año en la 79ª Muestra Internacional de Arte Cinematográfica de Venecia, destacó por su atmósfera, por esa luz con tonos amarillos que crea inmediatamente un imaginario postapocalíptico mediterráneo ya desde el avance.
Basta un solo fotograma para catapultarnos a la Roma paralela de un futuro hipotético. El mérito es de Luca Bigazzi, uno de los directores de fotografía más respetados. Sin embargo, Sequía –una distopía ambientada en una Roma sin agua– no es su única película presente en las salas. El Colibrí, dirigida por Francesca Archibugi, es la transposición de la novela con la que Sandro Veronesi se adjudicó el segundo premio Strega en 2020. Los viajes temporales que nos proponen los recuerdos del protagonista, interpretado por Pierfrancesco Favino, nos permiten conocer la época representada, sobre todo, a través de la fotografía de Bigazzi, quien es capaz de recrear los distintos instantes y las atmósferas del pasado en pocos segundos, utilizando la luz. Aunque pueden parecer muy distintas, tanto en la fotografía de Sequía como en la de El Colibrí se aprecia una de las convicciones profundas de Bigazzi: “Intento respetar la realidad y narrar sociológicamente y no solo artísticamente, una palabra que no conozco. Intento ser correcto con la representación de la realidad”. Esta búsqueda, esta dedicación a la representación más fiel posible, es el hilo conductor de su carrera. En la parábola de Marco Carrera, protagonista de El Colibrí, el apego de la fotografía a la realidad burguesa es evidente incluso cuando la narración retrocede en el tiempo. Mostrando su acuerdo con Luca Bigazzi, Francesca Archibugi deja constancia en sus notas de dirección de no haber querido “dar un color distinto a las épocas ni modificar los tonos fotográficos, para mantener la misma unidad presente en nuestros recuerdos”. También la fotografía de Sequía está enraizada profundamente en la realidad narrada. Aunque se trata de una película fundamentalmente distópica, el cambio de color hacia los tonos amarillos evoca espacios desérticos que, sin ser característicos de la Roma y la Italia actuales, se aproximan peligrosamente debido a la emergencia climática.
A lo largo de su carrera, Bigazzi ha colaborado en un gran número de ocasiones con Paolo Sorrentino. Juntos trabajaron en algunas películas que han escrito la historia del cine como son Las consecuencias del amor, Este debe ser el lugar y La gran belleza, ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 2014.
A lo largo de su vida profesional, Bigazzi ha recibido más de doce premios y decenas de candidaturas, entre las cuales destaca la de los Emmy Awards por The Young Pope. El director de Il divo no es el único con quien la relación artística ha sido tan fructífera en premios. Bigazzi trabajó con Gianni Amelio, Ciprì y Maresco, Cristina Comencini y Mario Martone, entre otros. Directores y directoras capaces de representar mundos, condiciones sociales y realidades con vivacidad y fidelidad. El esfuerzo de Bigazzi por representar de la manera más fiel posible la realidad tiene su explicación en la historia narrada en la película. En este sentido, Sicilian Ghost Story, película dirigida por Fabio Grassadonia y Antonio Piazza con la que se inauguró la 56ª Semana de la crítica en Cannes en 2017, es un ejemplo perfecto de su maestría. En las escenas de las cuevas y alrededor del lago, Bigazzi reproduce la atmósfera de cuento de hadas de la historia que él define “un efecto nocturno mediado por una visión de fantasía”.
La luz es un elemento clave en la vida de un director de fotografía. No es una casualidad que el libro entrevista realizado con Alberto Spadafora se titule La luz necesaria. Bigazzi cuenta en el libro que, debido a su falta de educación cinematográfica formal, fue muy afortunado al tener como compañero de escuela a Silvio Soldini, con quien empezó a grabar los primeros cortos y mediometrajes y, finalmente, la película de culto Pan y tulipanes ambientada en gran parte en una Venecia nocturna.