El impacto del hombre en la naturaleza por desgracia supera con creces los ya conocidos efectos medioambientales como son los residuos plásticos abandonados en los océanos, la cementificación masiva, o la deforestación para dejar espacio a nuevas plantaciones o edificios.
Existe un tipo de contaminación provocada por la actividad humana que es más difícil de ver a corto plazo, pues es menos llamativa. Se trata de la contaminación sensorial, es decir, la suma de la contaminación lumínica y la contaminación acústica.
Aunque comparten el mismo espacio, los organismos vivos tienen distintos entornos, o lo que es lo mismo, modos diferentes de percibir el espacio que les rodea. El entorno es algo así como una burbuja sensorial y cada especie tiene la suya. Esta es la teoría de Jakob von Uexküll –pionero en etología y en ciencias ecológicas– según la cual todos los seres vivos viven encerrados en su mundo-entorno que, al mismo tiempo, permanece siempre conectado a los otros.
Los estímulos evolutivos relacionados con los sentidos de los animales y el entorno que les rodea se ven afectados por las acciones de los seres humanos que, a veces, producen efectos letales.
La contaminación lumínica amenaza cada vez más la oscuridad. El astrónomo Pierantonio Cinzano calculó que dos tercios de la población mundial vive en áreas donde las noches son al menos un 10% más luminosas que la oscuridad natural. Según su estudio, aproximadamente el 40% de los seres humanos está sumergido permanentemente en lo que equivale a la luz lunar, mientras que el 25% vive por la noche en un crepúsculo artificial con una iluminación incluso superior a la de la Luna.
En un entorno en el que la oscuridad se ve amenazada cada vez más, incluso las farolas que rodean los parques naturales se convierten en un peligro mortal para los insectos, los cuales confunden las lámparas con la luz del sol y vuelan alrededor de estas fuentes luminosas artificiales hasta caer agotados. La oscuridad es fundamental para la existencia de un gran número de animales. Pensemos, por ejemplo, en la ecolocalización que los murciélagos utilizan para cazar y moverse. Estos animales, aprovechando la oscuridad que les permite ocultar su presencia tanto a sus presas como a sus depredadores, modulan las emisiones sonoras a través de su nariz y decodifican los ecos de retorno con gran precisión.
También los búhos, las mariposas nocturnas, los mosquitos y los mamíferos han encontrado el modo evolutivo de vivir aprovechando la oscuridad.
La contaminación lumínica es más fácil de combatir de forma inmediata que la contaminación medioambiental. Por ejemplo, los residuos plásticos presentes en los océanos. Aunque a partir de mañana dejáramos de llenar los mares con botellas y bolsas, seguiría habiendo millones de toneladas contaminantes las cuales fueron generadas durante el siglo pasado. Sin embargo, cambiar el tipo de iluminación o reducirla produce un efecto inmediato haciendo desaparecer el problema.
Pongamos como ejemplo los ledes: desde un punto de vista medioambiental, las luces de led reducirían notablemente el consumo de energía, pero la luz fría de los ledes blancos de alta eficiencia aumentaría la contaminación luminosa. La buena noticia es que actualmente existen ledes de última generación con luz caliente que podrían resolver esta disyuntiva, reduciendo o anulando así los efectos nocivos en las burbujas sensoriales de los animales nocturnos como por ejemplo, en el caso de los murciélagos.
Para entender la importancia de la luz, en este caso de la luz natural, Ed Yong describe en The Atlantic y en su libro An Immense World: How Animal Senses Reveal the Hidden Realms Around Us, el caso del lago Victoria estudiado por el biólogo evolutivo Ole Seehausen. La cuenca hidrográfica entre Uganda y Tanzania acoge a más de quinientas especies de peces cíclidos imposibles de encontrar en cualquier otra parte del mundo. Pero, ¿a qué se debe esta increíble singularidad? Se debe a la luz natural. La luminosidad tiende al amarillo y al naranja en las zonas más profundas del lago y es azul allí donde el agua es menos profunda. Desde siempre, los peces eligen aparearse en función de la luz, que con el paso del tiempo ha ido creando una variedad, incluso cromática, en la especie. Las hembras de la superficie prefieren emparejarse con los machos azules, mientras que las hembras de zonas más profundas eligen los machos de tonos rojos.
La contaminación de las últimas décadas enturbió el agua debido a la proliferación de nuevas algas que impiden el paso de la luz natural y dificulta la selección natural de los peces causando una extinción masiva de la especie.
La historia de los peces cíclidos del lago Victoria es solo una de las muchas historias que nos permiten entender cómo la contaminación sensorial interrumpe la conexión entre los seres vivos y el cosmos. Estudiar y comprender los sentidos de los animales y el modo en el que definen su entorno es una manera eficaz para «entender cómo estamos cambiando el mundo natural y puede ayudarnos a saber cómo salvarlo –escribió Ed Yong–».