Acto tercero, quinta escena: Romeo y Julieta se asoman al balcón y miran hacia el jardín de los Capuletos. «¿Ya quieres irte? El día aún no se avecina» – dice ella tendiendo el oído hacia el sonido que proviene de la rama de un árbol. Es el canto del ruiseñor, el pájaro de la noche, que vela sobre su amor secreto. «Era la alondra, mensajera de la mañana» – Contesta Romeo: sabe que el alba llegará para iluminar el jardín de los Capuletos y queda poco tiempo para bajarse del balcón y huir antes de que los primeros rayos del sol descubran su presencia.
Sin lugar a dudas, John Keats tiene presente esta escena mientras escribe su
Oda a un ruiseñor (Ode to a Nightingale). Pero, a diferencia de los versos de William Shakespeare –autor que Keats estudió a fondo en el periodo de recogimiento durante el cual, tras dejar sus estudios de medicina, decidió dedicarse a la poesía–, en los de versos de la Oda a un ruiseñor, no hay rastro de la llegada del día. El poeta permanece en la oscuridad.
«Tierna es la noche» escribe Blake: ese momento en el que la Reina Luna se sienta en su trono rodeada de las Hadas estrelladas. Y, sin embargo, esta luz cegadora no llega a la tierra sino como un débil recuerdo, casi fantasmagórico. Es en esta atmósfera donde tiene lugar la creación poética.
En
un artículo publicado en «The Keats Letter Project», el profesor Chris Washington estudia el interés de Keats por el «dark side», el lado oscuro de las cosas. El trabajo del poeta camaleónico, como el propio Keats se define en una carta enviada a Richard Woodhouse, es moverse entre lo que es oscuro y lo que es luminoso, entre lo que es real y lo que es evanescente y fantasmal, construyendo puentes entre la vida y la muerte. El poeta no tiene identidad, encarna, cada vez, el sol, la luna, el mar, los hombres y las mujeres. El poeta debe dar voz al potencial poético. Para ello, debe aceptar sumergirse en el lado oscuro.
En este intercambio constante entre luz y sombra, Keats no puede evitar observar con adoración la inmovilidad de su estrella brillante, la joven Fanny Brawne, a quien el poeta dedica el soneto Bright Star. «Si solo pudiera vivir eternamente en esta luz constante e inmutable –escribe Keats–, si solo pudiera vivir así perennemente». Pero esta inmovilidad (comparable a la del sol) es imposible de alcanzar para el poeta, que tiene que aceptar el desafío impuesto por su identidad cambiante y camaleónica y afrontar el lado oscuro para dar vida, a través de la poesía, a las criaturas que pueblan el mundo.